Esta vez me detengo en un melodrama clásico del año 1941 protagonizado por Irene Dunne (elegantísima actriz) y Cary Grant (no menos atractivo y elegante). Los dos se convierten en matrimonio en esta película: asistimos a su enamoramiento a primera vista, su breve noviazgo, a la impulsiva y breve ceremonia civil de sus esponsales, a su estancia en el lejano Japón por motivos laborales del marido... Y luego a sus vicisitudes como familia: pierden a su hijo gestado en un terremoto durante el período japonés y la tristeza les embarga hasta que se cruza en su camino la posibilidad de adoptar... no un niño rubio, de ojos claros y ya con dos años, como desean en un principio, sino una niña morena, un bebé casi recién nacido que les colma de felicidad, pese a que tienen que cerrar el humilde periódico que editan en una pequeña ciudad de provincias y se quedan sin ingresos familiares. Con ellos vemos crecer a la pequeña y contemplamos una maravillosa estampa doméstica hasta que vuelve a cernirse la tragedia, y de nuevo estos padres vocacionales se quedan sin un hijo al que cuidar y querer.
La película empieza en un momento de crisis matrimonial, tras la pérdida de la hija. El sentimiento de culpa de ambos padres es profundo y se achacan el uno al otro la tragedia que han vivido. La esposa, a punto de abandonar la casa familiar, encuentra unos discos que le rememoran los momentos de la vida pasada junto al marido. La música, pues, se convierte en el hilo conductor de la historia; ella es una gran aficionada a la música popular y esta pequeña excusa sirve para dar cuerpo de una manera original a la narración en forma de flashbacks que, como digo, traen al espectador toda una vida en común, llena de las alegrías y las tristezas propias del hecho de vivir.
La película termina con un anuncio: de forma mágica, como ocurrió con la hija que tuvieron, y gracias a la bondad del ángel de la guarda que encarna la directora del orfanato donde adoptaron, estos padres rotos volverán a serlo.
La historia así contada parece un gran pastel de merengue que cualquiera rehusaría comerse para no empalagarse. Como dirían algunos, "demasiado dulce". Sin embargo, la historia de esta feliz y desgraciada pareja engancha al espectador gracias a la empatía que generan las escenas cotidianas que comparten. Esta película, es, ni más ni menos que un melodrama, pero tiene la virtud de contar con dos guapos protagonistas, con guionistas elegantes que saben moderar las dosis de azúcar de las peripecias, y todo el conjunto parece creíble y consigue emocionar.
Este es el único objetivo de la película: embeber al espectador (quizás, más en concreto, a la espectadora que habrá arrastrado a la compañía masculina a la butaca del cine), emocionarlo, transmitirle sentimientos y hacerle pensar que es verdad aquello de que, cuando se cierra una puerta, una ventana se abre, para todo el mundo que sufre. En fin, ni más ni menos que la idea de que el dolor tiene fin y que el sol puede volver a brillar. Durante una guerra en Europa, que es el contexto en el que se estrena esta película, el mensaje trae la esperanza, por cierto, unos meses antes de que Japón atacara las islas Hawaii y EEUU también entrara en la guerra.
En lo que respecta al tema, la adopción, la película plantea una cuestión inquietante: ¿en qué medida la hija adoptada no sustituye al hijo perdido, y, más tarde, el nuevo hijo a la niña que también se fue? Esta cuestión no se resuelve en la película, puesto que no es lo que interesa transmitir, pero queda en el transfondo para que el espectador le dé algún tipo de respuesta. Del mismo modo, vemos el cambio en la actitud del marido, al que no le interesan los niños, que vive con cierta distancia el aborto y la posterior esterilidad de su esposa, por la que condesciende y adopta a la chiquilla que no le interesaba en un principio (él prefería al chico rubio de dos años, para evitarse los rigores de la crianza de un bebé y jugar al fútbol con él, se imagina uno), para convertirse en un padre entregado y luchador capaz de enfrentarse al mismo juez... Como ya decíamos, esta película no es ni más ni menos, que un melodrama, muy bueno, pero del que no hay que esperar nada más que emoción, mucha emoción.