miércoles, 28 de noviembre de 2012

AMOR Y LIBERTAD

El amor es el gran tema de la literatura y del cine, que es otra forma de narrar. Un amor destructivo es el que se retrata en Vidas al límite (Agnieszka Holland, 1995), protagonizada por Leonardo DiCaprio (un gran actor, sin duda), película en la que se muestra la relación atormentada y cruel entre Rimbaud y Verlaine. Este último se debate entre su joven mujer y su joven (aún más) amante, quien además le proporciona la espiritualidad de una poesía de primer rango, no solo su cuerpo. A su mujer la aterroriza y violenta en cuanto puede (algo desagradable la escena en la que intenta quemarle el pelo a la esposa). De cualquier forma, Verlaine está loco por Rimbaud, y ambos malviven del dinero del primero durante un tiempo, hasta que Rimbaud abandona la literatura, a Verlaine, Francia, todo. La película es interesante sin más, lo cierto es que no transmite pasión, que es quizás lo que defninía la relación de estos dos poetas. Tampoco hay mucho lugar para la poesía, al contrario que en aquella película tan hermosa sobre Yeats, Bright Star (Jane Campion, 2009). 



Otra película de pasiones sin pasión es Tokyo Blues (Tra Anh Hung, 2010) sobre la novela de Murakami. El gran problema de esta película, de preciosos escenarios y de frías escenas lluviosas, es la torpeza al condensar algunas de las historias secundarias de la novela, que pierden todo realce y cuya contribución  al desarrollo de la película queda en entredicho. Por lo demás, recoge esa especie de nihilismo del protagonista, que tanto en la novela como en la película parece dejarse llevar por los acontecimientos externos, como si fuera un existencialista francés (al fin y al cabo, el tiempo histórico de la película es el de los últimos sesenta). Otra cosa que molesta es el título, absurdo, que intenta hacer más inteligible el Norwegian Wood original (una canción intimista de los Beatles) sin conseguirlo. Tokyo Blues, el blues de Tokyo, cuando no hay ningún blues por ninguna parte aunque eso sí, ciertas dosis de tristeza y melancolía.



Una bella historia de amor también es Nunca me abandones (Mark Romanek, 2010). Aunque más relevante que dicha historia es el contexto en el que se produce. Los protagonistas son tres niños (luego jóvenes) de procedecencia incierta, educados en un internado donde se les prepara para ser donantes de órganos. Es decir: su trabajo en la vida es morir antes de la madurez, de operación en operación, hasta no poder aguantar más sin órganos vitales o por los continuos postoperatorios. Los protagonistas aceptan su destino (no solo ellos, sino todos los personajes que aparecen en la pelicula) sin rebeldía. Y esto es lo que más llama la atención: no hay ningún momento en que se replanteen esta obligada forma de vida (o de muerte). Solo se da algún intento de retrasar dicho. Esta cuestión, la más interesante, es la que menor tratamiento recibe en la pelicula; es el escenario de este amor fatídico (pues sus protagonistas están condenados a morir jóvenes) pero no es objeto de reflexión, cuando es, sin duda, el tema más atractivo. Por lo demás, es una película conmovedora y de imágenes hermosísimas.



Aún de factura más elegante (al fin y al cabo, su director es un diseñador de moda muy conocido) y también con el amor como línea principal es Un hombre soltero (Tom Ford, 2009), película que protagonizan los excelentes Colin Firth y Joanne Moore. El personaje principal es un profesor universitario que perdió hace unos años a su pareja en un inesperado accidente de tráfico. El profesor se encuentra sin rumbo y decide poner fin a su vida esa misma noche. Lo más bello de la película es la manera en que se muestra la nueva mirada del personaje sobre los detalles nimios de la vida diaria: cuando esto ocurre, la fotografía más bien plana y gris se vuelve cálida y carnosa, llena de colores como el rojo, el naranja, el azul intenso... El tema de la homosexualidad está tratado de una manera natural y directa, mostrando también la invisibilidad de los gays en la sociedad de los sesenta en EEUU (pero sin que el conflicto del personaje provenga de su sexualidad). Una película hermosa y notable.



Por último, he revisitado un clásico, Papillon (Franklin J. Shaffner, 1973), una película apasionante sobre la libertad que atrapa desde el primer minuto. Las interpretaciones de Dustin Hoffmann y de Steve McQueen son excelentes. Este último encarna a Papillon, un tipo acusado, según él, injustamente, de un asesinato, y encerrado en la prisión de la Guayana Francesa durante los años treinta (antes de que se redactara algo tan básico como los derechos humanos). La vida de los prisioneros es durísima y los castigos inhumanos. Pero Papillon, cuyo sobrenombre le viene del tatuaje de una mariposa que lleva en el pecho (nunca se dice su verdadero nombre)  no se rinde ei intenta escapar en varias ocasiones. En la última escena, Paillon, mermada su salud por los años, los castigos y la prisión, se arroja al mar desde un acantilado: sobre el agua queda flotando, en una idílica metáfora de su ansia por alcanzar la libertad.



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