Djiango es un esclavo al que un extraño le compra su libertad. Más bien, lo compra y luego le concede dicha libertad a través de un trato: le ha de ayudar a asesinar.
El curioso personaje (encarnado por el magnífico Christoph Waltz) que compra a Djiango es un ser de moral extraordinaria, pues, de algún modo, utiliza el mal para conseguir un bien. Por ejemplo, adquiere hombres como Djiango igual que cualquier tratante de esclavos. Sin embargo, les hace libres. Y de la misma manera, es un asesino a sueldo, pero solo de hombres blancos, grandes propietarios de tierras y de esclavos de malísima calaña. Se puede decir que este personaje pervierte el sistema y la moral, pues hace del mal un bien, lo que es un extraño proceder.
Por otro lado, tenemos a Djiango, un personaje negro de raíces mitológicas. Efectivamente, él es un Prometeo, no encadenado, sino deshecho de sus cadenas, menos de una, la de su mujer, Broomhilda. Entre esclavos está prohibido el matrimonio; sin embargo, Djiango ama a una mujer de la que es esposo, pero que no le pertenece a él, sino a un salvaje propietario, Calvin Candie, que no tiene nada que ver con la dulzura de su apellido.
Candie es un hombre sin escrúpulos. No tiene conciencia de que el negro sea un igual. Es un ser creado para su disfrute, su negocio y su bienestar. No tiene derechos ni alma ni nada que se le parezca. Candie se dedica sobre todo a ganar dinero en las luchas de esclavos, luchas que son a muerte. Como gladiadores modernos, este género de esclavos solo sirve para matar a otros esclavos, sabiendo que en cualquiera de esas luchas la muerte le puede llegar.
Y es que la película de Tarantino es el retrato de este personaje, hecho persona por un extraordinario Leonardo di Caprio que llena de matices a este Candie que es, fundamentalmente, un hombre malo sin conciencia de serlo. Es un egoísta y narcisista, un tirano al que, sin embargo, di Caprio dota de un salvajismo civilizado: el actor despliega del personaje toda la gama y grados de la maldad hacia el negro cosificado y llena de turbación e imprevisibilidad (que es el verdadero horror del mal, el no saber cómo se va a presentar el dolor o la violencia) la historia de este Djiango al que, como digo, no veo como el verdadero protagonista.
Pues hay otro personaje más, otro hombre perverso, a saber, el esclavo que gobierna la casa de Candie. ¿Podría ser este esclavo el verdadero amo en la sombra? Él se encarga de mantener sometidos a todos los criados de la casa, y por supuesto, su único afán es desenmascarar a Djiango, del que percibe sus intenciones al primer golpe de vista. Un hombre astuto este gobernante que termina poniendo en jaque todo el plan de Djiango, que no es otro que el de salvar a Broomhilda, una esclava criada por emigrantes alemanes y que, sorprendentemente, habla alemán (dato que seduce al liberador cazarrecompensas para ayudar a Djiango en la recuperación de su esposa).
La película de Tarantino usa el lenguaje del cómic y la imaginería del western para presentar una historia de interesantes personajes inmorales y de un héroe que lucha contra su destino como un Hércules mitológico. La grandeza de Tarantino es hacer que olvidemos al héroe insulso y que nuestra atención se centre en los grandes malvados, ya sea por pervertir el sistema con un objetivo más cercano al bien, ya sea por el propio interés o por conservar el poder. Excelente.
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