lunes, 9 de abril de 2012

El árbol de la vida


No se puede decir que yo sea una incondicional de Malick. Todavía recuerdo el sopor que me produjo La delgada línea roja, una película sobre "la" guerra de la que tengo un recuerdo horrible. En cambio, me sorprendió a mí misma el placer que me produjo esta otra. Me gustaron las imágenes tan poéticas (y me refiero a que están llenas de metáforas y a que producen una enorme sensación de belleza), me gustó la falta de línea argumental, me gustó ese viaje al pasado prehistórico, el pasado de la humanidad y el pasado del individuo Jack...
Ahora bien, entiendo que esta película puede desconcertar. ¿De qué va? A mi modesto comprender, el tema principal es el dolor. Esta experiencia acompaña a la humanidad desde su origen (así se justifica la secuencia que parece explicar el origen de la vida y la evolución de las especies) y tiene su raíz en el ámbito en el que más seguros deberíamos sentirnos: la familia. Si nuestra creencia es que la familia nos salva de todo mal, este pensamiento es falso. Para Jack, la mayor fuente de sufrimiento es su padre, un hombre agresivo, frustrado, que no ha alcanzado lo que deseaba en la vida. Parece que la actitud del padre lleva al drama en el seno de los tres hermanos: uno de ellos se suicida. Esto constituye una segunda fuente de dolor para Jack. El dolor no tiene explicación, aunque tenga causa. ¿Por qué sufrir si hay un Dios que nos ama (así se justifia la parte más teológica de la película, esas imágenes y palabras en off que aluden a la divinidad)? ¿Por qué lo que más amamos nos produce tamaño sufrimiento? El dolor no es un sentimiento personal. Es absolutamente universal y experimentado incluso por los que lo provocan. Lo siente Jack, lo siente el padre cuando conoce la noticia de la muerte del hijo, lo conoce la madre que sufre por sus hijos y por su matrimonio.
El árbol de la vida hace referencia a uno de los árboles del paraíso nombrados en el libro del Génesis. El otro es el árbol de la ciencia. Pero ningún conocimiento nos libra de sufrir, por lo que es la vida la que se impone, la vida en forma de placer y en forma de dolor.
Todo esto es lo que quiere transmitir la película de Malick, y su opción estética es hacerlo con ese reguero de imágenes que fluyen sin un sentido aparente (igual que la vida, igual que el río de Heráclito). La clave es dejarse arrastar por el torrente, y de esta manera apreciar la hondura de esta obra que pasará a ser maestra, sin duda.

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