lunes, 18 de febrero de 2013

Cine y ballet (dedicado a Ana)

¿Alguien ha visto caminar a una bailarina? Pues deberían observar a mi amiga Ana: espalda recta, cabeza erguida, mirada siempre al frente, mentón elevado (sin parecer altiva), talones juntos y puntas de los pies separadas unos 45 grados... Así es como vemos a Leslie Browne salir de su ensayo y andar por las calles de Nueva York en la película Paso decisivo(Herbert Ross, 1977), un melodrama con dos grandes actrices, Shirley MacLaine y Anne Brancoft, que trata el clásico tema de la rivalidad entre dos bailarinas: una que ha conseguido el éxito en los teatros y la soledad en su vida privada (Emma), y otra que renunció a su carrera para formar una familia (DeeDee). Ahora, la segunda tiene una hija tan talentosa como lo fue su madre en su momento. La madre, pues, ve en ella una segunda oportunidad, pero tamtién la ve la amiga que empieza a comprobar su declive, adelantada por las nuevas bailarinas, que no exigen tanto como ella y tienen la ventaja de la juventud. Entre ambas, no obstante, hay una cuestión que las separa y que debe resolverse:el personaje de Shirley MacLaine pudo haber sido una bailarina tan reconocida como su amiga, pero esta le recomendó seguir adelante con su embarazo para no perder al que sería su futuro marido. ¿Esta recomendación tuvo que ver con el hecho de que luego se quedara con el papel ansiado por las dos, el de protagonista en el ballet Anna Karenina? Este fue precisamente el gran momento del personaje de Anne Brancoft, el que le llevó a ser primera bailarina y conseguir la fama y los laureles de la profesión. El paso del tiempo, la familia, la renuncia, el éxito, las relaciones madre-hija, las preguntas por lo que pudo haber sido y nunca será... DeeDee termina reconciliándose con su pasado, con sus decisiones, y Emma aceptando que ha sido capaz de lo peor para llegar hasta lo más alto, y que eso ha tenido un gran precio personal. Paso decisivo es un buen melodrama, con dos excelentes actrices y bellas coreografías, sobre todo las protagonizadas por Leslie Browne y Mijail Baryshnikov, un bailarín de referencia para una generación de artistas. Tuvo 11 nominaciones a los Oscar, aunque curiosamente no ganó ni uno solo.  
 Este gran bailarín y actor aceptable, Baryshnikov, protagoniza otra película de baile algo más floja que la anterior, Noches de sol (Taylor Hackford, 1985). Se trata de un thriller que empieza con una magnifica coregrafía; probablemente, la mejor escena de una película sobre un bailarín ruso, Kolya Rodchenko, que ha desertado de su país y que cae literalmente en Siberia debido al fallo mecánico del avión en el que viaja de Nueva York a Japón. La historia, un tanto maniquea, cuenta con la interesante presencia de Helen Mirren encarnando a una antigua amante de Rodchenko, y de Isabella Rosellini, esta última, una rusa casada con un soldado negro estadounidense que había desertado también, y antiguo bailarín de claqué en EEUU. Ambos reciben la ingrata tarea de custodiar al bailarín. La película nos remite a la época de la guerra fría y la opacidad de la URSS, ansiosa de dar buena imagen al mundo occidental. Este es otro punto interesante en un film que sí ganó un Oscar, a la mejor canción, que se deja ver con agrado, pero que ofrece poco más a los espectadores.  
 Ahora bien, si uno quiere aprender sobre el mundo del ballet, lo mejor que puede hacer es visionar The Company, (Robert Altman, 2003), un retrato feroz e implacable de este crudelísimo universo. Si se es aficionado a este arte, hay que destacar las maravillosas coreografías rodadas con maestría y que verdaderamente atrapan incluso al más neófito. Lo peor de esta película es que no hay una narración al uso, por ello da la sensación, cuando se llega al final, de que algo cojea en ella; sin embargo, queda muy claro el mensaje: en una compañía de ballet el director artístico es un dios que actúa como tal, haciendo promesas incumplidas, denostando a sus bailarines, ofreciondo glorias efímeras, y olvidando que detrás de cada bailarín hay un hombre y una mujer. La gran preocupación del director es atraer al público a las funciones y generar belleza a cualquier precio. Los bailarines son como títeres intercambiables que se usan mientras funcionen. Sus grandes recomendaciones: comer ensalada y practicar sexo seguro. Ganar unos gramos es un drama y por un embarazo no hay baja maternal.
En los bailarines, la parte del cuerpo que más sufre son los pies. Ensangrentados, llenos de callos y heridas, con las uñas rotas, son la metáfora de un arte minoritario y que exige un gran sacrificio físico, mental y personal. Para los que lo han vivido, mucho de ellos quedaría en esas salas de grandes espejos, música de piano y barras rigídas en las que practicar una y otra vez para convertir el cuerpo en una pluma que dance al son de la música. El bailarín solo es un cuerpo, un cuerpo que pertenece por entero a la música (y al director artístico de su compañía).

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